ECO, como un bibliotecario avezado con estanterías de cuentos sobre el clima, lo recuerda todo desde su debut en 1972 y el estreno estelar de la CMNUCC en la conferencia de Río de 1992. En esta larga saga, el Reino de Arabia Saudí (KSA, por sus siglas en inglés) ha sido a menudo señalado como el infractor, famoso por tejer redes de desinformación, bloquear el camino hacia el progreso climático y defender el uso sin restricciones de los combustibles fósiles, especialmente el petróleo. Al poseer el 20% de las reservas mundiales de petróleo, el papel de Arabia Saudí se asemeja al de un dragón que atesora su tesoro, y su uso pone en peligro nuestro presupuesto colectivo de carbono para alcanzar el objetivo de 1,5 ºC.
Si avanzamos rápidamente hasta 2019, en la COP de Madrid se preparó el escenario para un momento culminante con el innovador informe del IPCC sobre los 1,5 °C. Sin embargo, la KSA, siempre escéptica, descartó este guión científico crítico por considerarlo un mero «pacto entre caballeros», lo que socavó su fundamento en las negociaciones sobre el clima. Con un historial de ampliación de las emisiones de CO2 de 10 a 18 toneladas per cápita entre 1998 y 2022, la postura de KSA ha sido un desafío continuo al coro del consenso científico, una narrativa que ECO ha documentado diligentemente durante décadas.
En la actualidad, Arabia Saudí se opone a cualquier lenguaje sobre la eliminación o reducción progresiva de los combustibles fósiles, y no se encuentra entre los 123 países que ahora apoyan triplicar la capacidad de energía renovable y duplicar la eficiencia energética para 2030 en todo el mundo.
Arabia Saudí, con el atuendo de líder del grupo árabe, se encuentra en un papel que podría o bien robar el espectáculo o bien hacer caer el telón de la ambiciosa trama de los EAU. Respaldado por la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el claro y sencillo objetivo de los Emiratos Árabes Unidos implica un giro drástico: reducir progresivamente los combustibles fósiles en consonancia con el objetivo de 1,5 °C en esta década. Es como elegir entre quedarse con un viejo clásico o abrazar un nuevo éxito de taquilla.
Ahora, imagínese a las naciones árabes como el público, cada una con una palomitera de posibilidades. Se encuentran en una encrucijada: seguir el ejemplo de los EAU, algo así como optar por una experiencia IMAX en 3D, o dejar que Arabia Saudí siga proyectando las películas en blanco y negro. En esta elección no se trata sólo de éxitos de taquilla, sino de sus propios patios traseros. Muchos países árabes, como actores preparados para un cambio de papel, tienen el potencial de pasar del drama de los combustibles fósiles a una comedia romántica de energías renovables, ofreciendo seguridad energética y un final feliz para la región y el mundo.
Pero aquí está el cliffhanger: ¿Seguirá Arabia Saudí desempeñando el papel de antagonista del ambicioso sueño, o se unirá al reparto principal en el compromiso de eliminar gradualmente los combustibles fósiles para mediados de siglo? Esto es crucial porque el mundo árabe no sólo está viendo este espectáculo, sino que forma parte de él. Sus comunidades están en primera línea del cambio climático, vulnerables a sus giros argumentales.
Esta COP podría ser el final de temporada en el que la región MENA decida dar la vuelta al guión. Es una oportunidad para que los países árabes se pongan en la piel innovadora de los EAU, fijando una gran ambición que podría convertir este episodio en un éxito histórico, no sólo para la región, sino para la audiencia mundial. Se trata de tomar una decisión que podría convertir una tragedia climática en una historia de éxito.